Todas las personas nacemos con tendencias, actitudes o actividades a las que nos sentimos naturalmente atraídos con intensidad. Estas tendencias pueden ser de lo más variadas (a tener pensamientos obsesivos, a mentir, a tener conductas sexuales incorrectas, a apegarnos a las cosas, el dinero o las personas, a seguir las sensaciones agradables del momento, chismear y un GRAN etcétera) y cada quien debería estar enterado de las propias.
El problema con las tendencias es que dejadas libres, se ponen peor con el tiempo y se nos salen de control. Las tendencias son generalmente más fuertes que la fuerza de voluntad. Por mucho valor que se le dé a la fuerza de voluntad, la verdad es que llega hasta que viene una emoción y nos abruma.
Las experiencias que tendemos a seguir (nuestras tentaciones más intensas) están por doquier. No podemos evitar que existan, pero sí podemos:
- Revisar mi intención: cada una de mis acciones (físicas, verbales o mentales) tienen una intensión más o menos consciente. Las intenciones son fácilmente identificadas dependiendo del resultado que yo obtengo de las acciones que realizo. Por ejemplo, si yo digo que yo no tenía la intención de hacer sentir mal a alguien con lo que hice, pero en la realidad lo hice sentir mal, esa era mi intención (aunque no me guste admitirlo). Si yo de verdad tengo la intención de no hacer sentir mal a la otra persona, cuido el momento, el lugar, el tono, las palabras, la forma en que hago o digo lo que voy a hacer o decir.
- Ser sincero con mi emoción: si es mi tendencia, no voy a poder aguantarme. NADIE PUEDE.
- Tomar una decisión: Las decisiones requieren una meta para poder tomarse. Es decir, yo necesito saber para donde voy (cuál es mi meta) para tener claridad sobre qué pensamientos, palabras o acciones me acercan o me alejan de mi meta. Sino tengo una meta, todas las acciones que realizo me parecen igual de adecuadas, porque si no sé para donde voy, entonces no importa en qué dirección avance.
- Mantener la memoria y la vigilancia: Tengo que acordarme de mi meta todos los días y durante el día vigilar si las palabras, pensamientos y acciones que realizo me acercan o me alejan de mi meta. Si me acercan, bien. Si me alejan, es un día perdido.
- Cuidar lo que estoy pensando: Si yo no quiero hacer algo indebido o incorrecto, no puedo permitirme estar pensando en ello porque si lo pienso todo el tiempo, no voy a poder aguantarme y eventualmente voy a hacerlo.
- ¡Huir! Lo más lejos y lo más rápido que pueda de las tentaciones. Esto tiene que ir acompañado del convencimiento de que lo que quiero es lo mejor para mí y que lo que estoy evitando va en contra de lo que digo que quiero.
- Responsabilizarme: Cuando hay una diferencia entre lo que yo digo que soy/quiero ser y lo que soy, surge un mal-estar. Yo voy construyendo lo que soy, es mi obra. Si las decisiones que he tomado en la vida (por las razones que sea) me han llevado a este punto, no puedo quejarme. No es responsabilidad de nadie más que mía. Mi vida es mi obra, debo abrazarla. Si quiero algo diferente, puedo seguir las indicaciones dadas anteriormente.
Cómo decía mi abuela, que es muy sabía, ”el que hace/dice lo que quiere, consigue/escucha lo que no quiere”. Si yo ando siguiendo cada impulso, cada sensación agradable, haciendo y diciendo lo que me da la gana, seguramente mi vida estará llena de más mal-estar y problemas de los que me gustarían.