A las mujeres, desde muy temprano en la vida se les dan mensajes negativos acerca de la sexualidad: eso es malo, feo, doloroso, te hace ser vulnerable ante el hombre y hay que evitarlo a toda costa, que a la que le gusta es una mujer de dudosa moral y reputación.
Sin embargo, cuando se casan el mensaje se vuelve el que deben “cumplirle” al marido para que «no se busque otra».
Así, las mujeres deben entonces cambiar súbitamente de forma de comportarse: de la guardiana de la virginidad y el decoro, la que se resiste a la peregne búsqueda del varón por sexo, a la que debe estar siempre dispuesta, abierta, disponible para los contantes deseos del esposo.
Algunas logran hacer el cambio, pero la gran mayoría tienen dificultades para ajustarse. Lo confirman las altísimas estadísticas que tenemos con respecto a disfunciones sexuales femeninas. 7 de cada 10 mujeres en Nicaragua reportan algún tipo de disfunción sexual en algún momento de sus vidas: falta de deseo, la incapacidad de alcanzar orgasmo y dolor durante la penetración son las más comunes.
Demasiadas veces, estas dificultades en el ejercicio de la sexualidad tienen que ver con una educación sexual verdaderamente castrante para las mujeres. Lo peor es que esto se aprende muy temprano en la vida. A los 12 años, cuando a las instituciones se les empieza a ocurrir dar educación sexual a los niños, ya todo está implantado. Se pueden dar charlas para brindar información, pero la creencia (que es la base del comportamiento) ya está fija y toma tratamiento psicológico profesional para desmantelarla.