Ya me lo decía una paciente el otro día, “Es que somos tres en mi cama: Mi marido, la BaBy y yo”. “La BaBy” es el nombre sarcásticamente cariñoso que le da mi paciente al Blackberry de su marido, que los acompaña a donde quiera que vayan. Y ella no es la única. Cada vez los teléfonos celulares, tabletas y demás artefactos electrónicos que nos permiten estar “conectados” en todo momento y trabajar desde cualquier lugar, están más metidos entre nosotros, en nuestras camas, en nuestros comedores y en nuestras cenas románticas.
Lo peligroso es que nos conectan con los que están lejos a expensas de los que están al lado y el “poder” trabajar en todo lugar se ha vuelto la versión moderna y sutil del grillete que nos esclaviza a trabajar en todo momento. Cada vez más son las empresas que les prohíben a sus empleados, por contrato, apagar los celulares, y por tanto son más los orgasmos interrumpidos por el repique del celular y más las cenas románticas frustradas por incontables mensajes de texto que llegan a alguno de los cuatro celulares de la pareja (uno de cada compañía para cada uno), que encuentro en consulta. La gente se queja porque la otra persona “está, pero no ESTÁ”.
Es un tema delicado porque pues”estoy trabajando”, lo cual hace más difícil la negociación al respecto, porque tiene un propósito “legítimo”. Sin embargo, es importante que se ponga un límite a la intromisión que tiene en nuestras vidas toda esta tecnología. Una buena manera de hacerlo es establecer momentos especiales “anti-cel”, momentos de conexión e intimidad de la pareja. Por ejemplo, pueden decretar sagrado la hora de la cena, para tener espacio de platicar sobre su día, o solo las cenas especiales, o decretar que el celular se pone en silencio después de x hora todos los días. Cada pareja puede decidirlo dependiendo de sus necesidades y de los momentos e interacciones que considere importantes.
Todo esto dentro del contexto del mundo moderno. La tecnología está para quedarse, no queda de otra que aceptar que vivimos en este mundo y que seguramente, no será nunca como antes, cuando había donde escapar del mundo, los vecinos, los amigos y la oficina. Ahora hay que crearse el espacio, a punta de voluntad y compromiso, una “cuevita” íntima y silenciosa donde poder reencontrarse con la persona amada.